Francisca, Hechicera de Huelva

A Francisca Romero se la describía como hermosa, de cabello largo y negro, ojos grandes de un marrón intenso y una figura esbelta y menuda. No se le conocía esposo. Ni siquiera sabían su edad, y aunque bien podría ser joven, su mirada profunda parecía esconder siglos de conocimiento y experiencia. Era muy querida por su generosidad con la gente del pueblo y admirada por su poder. Cada día subía algún vecino al cerro a hacerle alguna consulta o pedirle ungüentos que lo sanaran de este o aquel mal.

La primera práctica que solía utilizar y que era poco frecuente en Andalucía, era la de curar la enfermedad o el dolor dando bocados para chupar la sangre maligna, elemento que sin ser identificativo, recuerda en cierta manera a algunas prácticas brujeriles. La segunda consistía en la continua utilización en sus rituales del signo de los cuernos dibujado con sus propias manos, bien en el aire, bien sobre el cuerpo o sobre alguna otra superficie. En tercer lugar, fue muy común también el uso de espadas o espadines en sus lances. En el resto de ocasiones su modus operandi fue bastante fiel a lo que se podía ver en cualquier otra parte de Andalucía: polvos mágicos, tratamiento de una prenda de la persona receptora del conjuro o la utilización de unturas.

Si atendemos a las finalidades de sus prácticas, destacaron sobremanera los intentos de curación a enfermos con distintos síntomas. Sanar los dolores y enfermedades muy avanzadas fue lo más solicitado. En ciertas ocasiones también realizó conjuros para propiciar el mal a otras personas (dejarlos tullidos) y finalmente, también hubo algún testimonio sobre el modo en que resolvía infidelidades matrimoniales.

Francisca Pabón, casada con el panadero Francisco García Crispín, tenía unos dolores tan insoportables que le impedían amasar el pan. En su testimonio contó que, creyendo que estaba bajo la influencia de un hechizo, acudió a la acusada, que la puso boca abajo y le chupó hasta tres partes diferentes de su cuerpo “(…) con su boca sacándola sangre negra, la vació en el cuarto”, le dijo que se levantara, le pidió dinero para unas medicinas y al día siguiente le dio unturas en el estómago y tres tipos de polvos diferentes: unos debía ponérselos en el vientre, otros, en la masa del pan y los últimos eran para tomárselos. Al día siguiente, Francisca Pabón comprobó que aquel horrible dolor amasando el pan había desaparecido.

La fama de la curandera llegó a los oídos de la Santa Inquisición , que la condenó tras un juicio sin audiencia, por brujería y herejía. Las fuerzas del Santo Oficio iniciaron su particular cacería. La buscaron por todo el pueblo y finalmente llegaron hasta su casa. No la encontraron, pero sí a su hijo, que, por no dar seña alguna del paradero de su madre, terminó prendido y ahorcado allí mismo, en aquel jardín.

Las pesquisas se iniciaron bajo la supervisión del tribunal Sevilla en 1804 y  se dilataron hasta 1807. La rea era vecina de Huelva y se la acusaba de curandera supersticiosa. Se le acumularon varias sumarias abiertas con el fin de tomar testimonio a los numerosos informantes de sus hazañas. Obtuvo un total de 15 testigos ratificados entre los que hubo religiosos, enfermos curados y no curados, y familiares que estuvieron delante en los distintos lances. Tres fueron los particularismos de Francisca, que aunque a veces no era conocida por su nombre, sí lo era siempre por su apodo: la hechicera.

 

 

 

Referencias

Alamillos Álvarez, R. (2015). Hechicería y brujería en Andalucía en la Edad Moderna. Discursos y prácticas en torno a la superstición en el siglo XVIII. Córdoba: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba.

Muñoz, P. (2021). Las últimas brujas de Huelva. Recuperado de https://www.huelvainformacion.es/huelva/ultimas-brujas-Huelva_0_1641436345.html

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